3 Avanzó hasta los confines del mundo y se hizo con el botín de
multitud de pueblos. La tierra enmudeció en su presencia y su corazón se
ensoberbeció y se llenó de orgullo.
4 Juntó un ejército potentísimo y ejerció el mando sobre tierras,
pueblos y príncipes, que le pagaban tributo.
5 Después, cayó enfermo y cononció que se moría.
6 Hizo llamar entonces a sus servidores, a los nobles que con él se
habían criado desde su juventud, y antes de morir, repartió entre
ellos su
reino.
7 Reinó Alejandro doce años y murió.
8 Sus servidores entraron en posesión del poder, cada uno en su
región.
9 Todos a su muerte se ciñeron la diadema y sus hijos después de
ellos durante largos años; y multiplicaron los males sobre la tierra.
10 De ellos surgió un renuevo pecador, Antíoco Epífanes, hijo del rey
Antíoco, que había estado como rehén en Roma. Subió al trono el año 137
del imperio de los griegos.
11 En aquellos días surgieron de Israel unos hijos rebeldes que
sedujeron a muchos diciendo: «Vamos, concertemos alianza con los
pueblos que nos rodean, porque desde que nos separamos de ellos, nos han
sobrevenido muchos males.»
12 Estas palabras parecieron bien a sus ojos,
13 y algunos del pueblo se apresuraron a acudir donde el rey y
obtuvieron de él autorización para seguir las costumbres de los gentiles.
14 En consecuencia, levantaron en Jerusalén un gimnasio al uso de
los paganos,
15 rehicieron sus prepucios, renegaron de la alianza santa para atarse
al yugo de los gentiles, y se vendieron para obrar el mal.
16 Antíoco, una vez asentado en el reino, concibió el proyecto de
reinar sobre el país de Egipto para ser rey de ambos reinos.
17 Con un fuerte ejército, con carros, elefantes, (jinetes) y numerosa
flota, entró en Egipto
18 y trabó batalla con el rey de Egipto, Tolomeo. Tolomeo rehuyó su
presencia y huyó; muchos cayeron heridos.
19 Ocuparon las ciudades fuertes de Egipto y Antíoco se alzó con los
despojos del país.
20 El año 143, después de vencer a Egipto, emprendió el camino de
regreso. Subió contra Israel y llegó a Jerusalén con un fuerte ejército.
21 Entró con insolencia en el santuario y se llevó el altar de oro, el
candelabro de la luz con todos sus accesorios,
22 la mesa de la proposición, los vasos de las libaciones, las copas,
los incensarios de oro, la cortina, las coronas, y arrancó todo el decorado de
oro que recubría la fachada del Templo.
23 Se apropió también de la plata, oro, objetos de valor y de cuantos
tesoros ocultos pudo encontrar.
24 Tomándolo todo, partió para su tierra después de derramar mucha
sangre y de hablar con gran insolencia.
25 En todo el país hubo gran duelo por Israel.
26 Jefes y ancianos gimieron, languidecieron doncellas y jóvenes, la
belleza de las mujeres se marchitó.
27 El recién casado entonó un canto de dolor, sentada en el lecho
nupcial, la esposa lloraba.
28 Se estremeció la tierra por sus habitantes, y toda la casa de Jacob
se cubrió de vergüenza.
29 Dos años después, envió el rey a las ciudades de Judá al Misarca,
que se presentó en Jerusalén con un fuerte ejército.
30 Habló dolosamente palabras de paz y cuando se hubo ganado la
confianza, cayó de repente sobre la ciudad y le asestó un duro
golpe
matando a muchos del pueblo de Israel.
31 Saqueó la ciudad, la incendió y arrasó sus casas y la muralla que la
rodeaba.
32 Sus hombres hicieron cautivos a mujeres y niños y se adueñaron
del ganado.
33 Después reconstruyeron la Ciudad de David con una muralla
grande y fuerte, con torres poderosas, y la hicieron su Ciudadela.
34 Establecieron allí una raza pecadora de rebeldes, que en ella se
hicieron fuertes.
35 La proveyeron de armas y vituallas y depositaron en ella el botín
que habían reunido del saqueo de Jerusalén. Fue un peligroso lazo.
36 Se convirtió en asechanza contra el santuario, en adversario
maléfico para Israel en todo tiempo.
37 Derramaron sangre inocente en torno al santuario y lo profanaron.
38 Por ellos los habitantes de Jerusalén huyeron; vino a ser ella
habitación de extraños, extraña para los que en ella nacieron, pues sus hijos
la abandonaron.
39 Quedó su santuario desolado como un desierto, sus fiestas
convertidas en duelo, sus sábados en irrisión, su honor en desprecio.
40 A medida de su gloria creció su deshonor, su grandeza se volvió
aflicción.
41 El rey publicó un edicto en todo su reino ordenando que todos
formaran un único pueblo
42 y abandonara cada uno sus peculiares costumbres. Los gentiles
acataron todos el edicto real
43 y muchos israelitas aceptaron su culto, sacrificaron a los ídolos y
profanaron el sábado.
44 También a Jerusalén y a la ciudades de Judá hizo el rey llegar, por
medio de mensajeros, el edicto que ordenaba seguir costumbres extrañas al
país.
45 Debían suprimir en el santuario holocaustos, sacrificios y
libaciones; profanar sábados y fiestas;
46 mancillar el santuario y lo santo;
47 levantar altares, recintos sagrados y templos idolátricos; sacrificar
puercos y animales impuros;
48 dejar a sus hijos incircuncisos; volver abominables sus almas con
toda clase de impurezas y profanaciones,
49 de modo que olvidasen la Ley y cambiasen todas sus costumbres.
50 El que no obrara conforme a la orden del rey, moriría.
51 En el mismo tono escribió a todo su reino, nombró inspectores
para todo el pueblo, y ordenó a las ciudades de Judá que en cada
una de
ellas se ofrecieran sacrificios.
52 Muchos del pueblo, todos los que abandonaban la Ley, se unieron
a ellos. Causaron males al país
53 y obligaron a Israel a ocultarse en toda suerte de refugios.
54 El día quince del mes de Kisléu del año 145 levantó el rey sobre el
altar de los holocaustos la Abominación de la desolación.
También
construyeron altares en las ciudades de alrededor de Judá.
55 A las puertas de las casas y en las plazas quemaban incienso.